miércoles, 26 de noviembre de 2008

PASEO DE LA REFORMA..casi un poema

Caminar por sus banquetas invita a detener el paso y suspirar por un pasado romántico y esplendoroso y a sonreír orgulloso por su presente dinámico, artístico, cosmopolita, emblemático. Así es Paseo de la Reforma o Reforma, simplemente.

Sus primeros trazos, obra del Emperador Moctezuma, llegaban a los baños reales de aguas cristalinas en el bosque de Chapultepec, vigilados por los volcanes del Valle de México quienes permanecerían presentes a los ojos de la ciudad por cientos de años y al final, se borrarían del horizonte y terminarían solo recordados alguno que otro día de fuertes vientos de febrero.
Paseo de la Reforma se convertiría así, en más que una avenida, en una parte neurálgica de la gran Ciudad de México.

Maximiliano, el otro emperador, el austríaco, habría hecho construir el paseo para su Carlota; para su reina y amada Carlota. Solo para ella y sus sueños, para ella y sus cantos, sus locuras, su tragedia.
Reforma, en realidad, nunca fue de ella ni de él tampoco. Ni aun llevando el nombre de Paseo del Emperador ni siendo, tampoco, inspirados en aquellos Champs Élysées que tanto presumía París. En realidad Paseo de la Reforma nunca ha sido de nadie pero ha sido de todos.
Reforma, las glorias de un imperio fallido, de un sueño trunco, de un final trágico y de muerte. El imperio murió con sus protagonistas y Reforma seguía.

Ahora Porfirio, Don Porfirio, el más francés de los mexicanos llega a Reforma y la ama profundamente, la embellece y la hace más grande que su propio destino. Reforma trasciende, sueña a modernidad, huele a elegancia y sofisticación, se viste de Francia y se embriaga con champaña y sigue soñando; se llena de cantera y vitrales, de sedas y plumas, de sombreros y guantes de satín, de valses y operetas, de caballos y coches.
Y después el Ángel. El que lo cuida, lo observa, lo corteja. Lo mira inerte, discreto quizá tímido y tal ves enamorado. La victoria alada que el pueblo ascendió a figura celestial, titulo ganado tan solo por estar ahí, en Paseo de la Reforma.

Se fueron Don Porfirio y Carmelita, los valses, las sedas y los guantes y se quedó Reforma con sus palacios, sus árboles, sus estatuas, sus bancas, sus murmullos. Mansiones porfirianas símbolos de un pasado que nunca pudo terminarse. Un sueño corto y denso que huyó a Paris embarcado en triste olvido y cruel recuerdo.

Y después un suspiro. Un abrir y cerrar de ojos y Paseo de la Reforma se llena de concreto, de acero y de cristal. Se llena de historias, de luchas, de intentos. Se llena de extraños, de iguales y desiguales, de propios y ajenos, de cantos y silencios y crece hacia al cielo y hasta tocar el cielo. De pronto sus luces son estrellas y ya no hay emperatrices, ni palacios de cantera, ni caballos, ni cilindreros, ni guantes de satín, ni plumas. El Paseo de la Reforma sigue igual pero diferente.

Lugar de reunión de los oriundos en las victorias, en las esperas, en los llantos. Paseo de la Reforma está vivo por si mismo y crece y se transforma pero sigue igual. Lugar donde los mexicanos encuentran un poco de si mismos: un recuerdo, un sueño, una ilusión.
El Paseo de la Reforma es, pues, casi un poema que aún no se ha terminado de escribir pero en el que todos sus versos ya riman en armoniosa perfección. Es una historia viva plasmada en sus bancas. en sus esculturas, en sus glorietas, en sus edificios, en sus árboles, en la gente que lo ha caminado durante toda su existencia.
Paseo de la Reforma… …casi un poema

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